Llegada para matar tiempo

Entró al castillo cargando su báculo de hielo y un bolso con una porción de sus pertenencias. Al ingresar al hall dejó el bolso en el suelo y apoyó su espalda contra la pared, a modo de epera.
Durante los últimos meses se había dedicado a deambular lejos de Alexandria, conociendo nuevas tierras, personajes, historias... y habiendo llegado hace sólo dos horas creyó que lo mejor sería visitar a su extraño primo, Nikolai.
Un pequeño cuervo en su hombro le hacía compañía en ese momento. Ambos, el cuervo y la vampiresa, permanecían en silencio. Sus alas permaniecían camufladas, mientras que su cola de demonio se balanceaba tranquilamente, imitando el movimiento de una cola de neko.
Observó la posición del sol y deujo que deberían ser cerca de las 7 de la mañna.

Se disponía a salir del castillo cuando topó con la insólita mujer. Bostezó al verla. No había dormido en toda la noche. Malditos asuntos administrativos y problemas de jurisdicción… No tenía intención de cruzar ni tan siquiera un saludo con la mujer, pero el pequeño compañero de la chica con cola parecía dispuesto a impedirle que du una vez por todas, se acostará en su posada.

El cuervo voló hacia él nada más verle. Mat no pudo menos que sonreír. Tenía algo que atraía a los cuervos. Siempre había hecho buenas migas con ellos. Sin embargo a Mat nunca le habían gustado las palomas. Palomas mensajeras no. Él usaba cuervos mensajeros. En contra de lo que mucha gente pensaba, era fácil educar a un cuervo. Matrim extendió la mano y el cuervo se posó en ella, al tiempo que lanzaba un sonoro graznido. Cualquiera que lo hubiese visto hubiese dicho que el hombre podía hablar con el cuervo. Lo parecía. Pero Mat no tenía ni puñetera idea de lo que decía el cuervo. En un gesto inconsciente, Mat hizo girar el astil de la lanza, de forma que la luz de las antorchas se reflejara en los cuervos que adornaban la hoja. Mat sacudió la mano y el cuervo voló de nuevo hacia su dueña.

Observó toda la escena en silencio, hasta que en un reflejo de la luz de las antorchas pudo observa la hoja del arma de aquel extraño. Se acercó un poco para poder observarlo mejor, con paso lento y altivo, y el cuervo en su hombro. Primero clavó la mirada en el arma, y luego acercó su rostro al de aquel hombre, examinándolo seriamente.

-Un deboto de cuervos. Realmente pareces uno, y aunque no eres ni vampiro ni sangre azul, irradias una energía increiblemente noble, opacada en partes por manchas de oscuridad. Jamás en ninguno de mis viajes pude ver a alguien como tú.

Frunció el ceño y regresó su mirada a la lanza.

-¿Dónde la conseguiste?

- Confundes devoción con afinidad.- dijo Mat en un tono bastante cortés. Inclinó la cabeza al oír el juicio de la sin duda extraña mujer, en señal de agradecimiento por lo que para Mat, eran cumplidos.- Vos también sois extraña.

No lo decía en el mal sentido, simplemente era la primera vez que veía a una vampiresa con cola de demonio… Y su báculo era francamente extraño. Ante el interés de la mujer en su arma, se la tendió para que la examinara.

- Un “recuerdo” de mi primera “excursión” al extranjero.- dijo Mat con una sonrisa, al tiempo que imprimía un matiz burlesco en las palabras recuerdo y excursión. Aún recordaba como en la última y desesperada ofensiva de los asesinos de su padre, Mat acabó luchando contra el comandante enemigo. Un gran guerrero sin duda. Poseía una extraña lanza y dos extrañas dagas adornadas con cuervos. Se las llevó del cadáver. Fue simple suerte el haberlas encontrado.

Tomó el arma que el hombre le ofrecía y comenzó a mirarla todo a lo largo, luego a girarla para no dejar ni un milimetro sin examinar. Acto seguido, la hizo girar entre sus dedos, la lanzó al aire, y dejó que cayera sobre su dedo índice manteniéndola en perfecto equilibrio. Se alejó unos pasos y empezó a usarla como si estuviera en medio de una batalla, haciendo caer la hoja, girándola, subiéndola, exterminando a un ejército invisible.

Se irguió nuevamente, sin apartar su mirada de aquella preciosa lanza.

-Es perfecta. No tiene ni un defecto, su balance es impecable. -clavó su mirada en el dueño- Un verdadero regalo de reyes.

Le devolvió el arma e inclinó su cuerpo a modo de reverencia, haciendo que el cuervo huyera de su hombro y se posara sobre una ventana.

-Génesis Yustakovich, señor. Mis servicios se encuentran a su entera disposición.

Observó aprobadoramente a la mujer mientras blandía la lanza. Todos los vampiros tenían una elegancia innata moviéndose, pero la elegancia de esta mujer blandiendo la lanza era algo que pocas veces se veía. Mat rió para sus adentros. Esta chica podría pegarle una paliza al mejor de sus soldados con un palo de madera.

- Le agradezco sus palabras, señorita.- dijo con una sonrisa mientras lanzaba una mirada al báculo de la mujer.- La manufactura de su arma también es exquisita. Sin duda es más peligrosa de lo que parece a simple vista.

- Me temo Génesis, que debería ser yo quien le sirva y se incline.- dijo Mat en un tono jovial, mientras sonreía ampliamente a la mujer.- Me temo que a diferencia de vos, no soy un señor. Solo un plebeyo que sabe jugar a la guerra… Matrim Cauthon, general de la casa Galbraith. Pero llámame Mat.

-No existen tales rangos en mi idioma. La grandeza se realza con el talento, no con la sangre, siempre lo he dicho.

Se acercó a la ventana para permitir que el cuervo regrese a su hombro. Luego se volteó a ver a Matrim.

-Esta mañana llegue esperando encontrarme con mi primo, nunca hubiera imaginado toparme con alguien como usted, Mat. A simple vista denota su amplio poderío.
Vine a Alexandria a descubrir las maravillas de lo que llamo mi hogar, y a hacerme más fuerte. Sé que las casas a las cuales servimos no se encuentran del todo de acuerdo, aún así... ¿me aceptaría como aprendiz?

Su rostro continuaba completamente inexpresivo, desde el principio de la conversación, pero un pequeño brillo podía apreciarse ahora en los ojos de la vampiresa.

- Sabias palabras.- dijo Mat mientras se sentaba en una silla cercana, observando la espalda de la mujer.- Y sin embargo, nunca las he oído salir de los labios de una mujer de alta cuna. Supongo que si los nobles empezaran a afirmar que lo que importa no es la sangre, cualquier paleto de pueblo querría ser duque. Y a nuestros amigos de las altas esferas no les gustaría eso, ¿verdad?

- ¿Aprendiz? – Mat abrió los ojos de forma exagerada. ¿Ella? ¿Su aprendiz? ¿Estaba loca? Desde luego Mat estaba perplejo. Durante el espacio de un minuto Mat pensó. Quizá el sueño le había hecho entender mal. Decidió preguntar primero.- ¿Y que esperas aprender de mi?

-¿No afirmaste ser el General de la casa Galbraith?

Al observar la cara perpleja de su interlocutor decidió ser más explícita.

-Soy una adicta a la batalla. Constantemente busco superarme en el arte de la guerra y la pelea. Absorbo todo el conocimiento de los distintos maestros que he conocido a lo largo de mis viajes. Creo que podría aprender bastante de un general.

Se alejó de la ventana para acercarse a Mat.

-Haré cuanto usted me ordene, excepto claro, traicionar a mi casa.

- Así que una amante de la guerra…- lo dijo en un tono ligeramente aprobador. Era difícil encontrar mujeres con sed de batalla. Y era casi imposible encontrar mujeres nobles con sed de batalla. Era difícil incluso entre la casa Galbraith. Sopesó las opciones. Podría ser una espía de la casa Yustakovich… Su instinto decía que no. Los espías solían ser más… Discretos, y desde luego por lo menos se dignaban a fingir empatía por aquellos a los que espiaban. Si era una espía era penosa. Precisamente por eso no creía que lo fuera. Además, si esperaba enterarse de los planes de la duquesa… No los sabría hasta que Mat lo supiera. Y si llegaban órdenes de marchar contra los Yustakovich, algo francamente imposible, se desharía de ella. Una aprendiz… ¿Por qué no?

- De acuerdo.- dijo lentamente Mat. Se acercó a ella y le tendió la mano.- Acepto, pero… Hay ciertas reglas.

Asintió y apretó con fuerza la mano del muchacho. Era la primera vez que tenía un encuentro tan cercano con alguien de la casa de Galbraith. Por lo general los mataba o los devoraba antes de que pudiesen decir algo. Pero Mat era muy distinto a cualquiera de ellos. Ya el simple hecho de que simpatizara con cuervos le había agradado. Por algún extraño motivo confiaba más en él que en Nikolai, y sintió que algo muy interesante podría surgir de esta nueva "amistad".

-Escucho.

- Primero, nada de traiciones, no me hacen gracia.- dijo esbozando una sonrisa hacia la mujer.- Segundo… Veamos. Mis órdenes las acataras. Puedes cuestionarlas si no las consideras razonables. Pero si en algún momento, ya sea en batalla o en cualquier otra situación, te ordeno que corras como una gata asustadiza, lo harás.- no le gustaba perder hombres, aunque fuera inevitable. Pero si esa mujer iba a entrar bajo su… ¿Tutela? No quería cargar sobre su conciencia su muerte.- Y tercero, nada de comerse a mis hombres.

Lo último lo dijo en un tono de broma. No iba en broma en absoluto. Aceptaba cualquier persona en el ejército. Pero los vampiros no eran muy queridos entre sus filas. Incidentes en los que los soldados aparecían secos de sangre no les hacía gracia a las tropas. A esos vampiros incapaces de reprimirse los había ejecutado. Y no con métodos comunes como la horca o el tajo. Al último que pillaron, le ataron cada extremidad a un carro y tiraron de él hasta despedazarlo. No quería que esa mujer acabará despedazada.

Esbozó una mirada aún más fría que antes.

-Prefiero morir atravesada por un centenar de estacas antes que traicionarle, e intentaré no abusar del permiso que me concedió para cuestionar sus órdenes. En cuanto a lo de huir, no prometo nada; mi honor ante todo. Y le aseguro que no tiene por qué preocuparse de sus hombres. No le daré muerte a ninguno, no importa cuanto se lo merezca, a menos claro, que usted me lo ordene.

Soltó la mano del general y retrocedió un par de pasos.

-¿Alguna otra condición?

Asintió en gesto de conformidad ante el breve discurso de su nueva aprendiza. Bueno, lo del honor no era algo de lo que él fuera muy amigo. Nunca había tenido reparos en atacar de noche a ejércitos enemigos, de envenenarles el agua o de haber matado de hambre a las ciudades que asediaba. Quizá la muerte de inocentes en los asedios si le molestaba. Pero no le quitaba el sueño. Si esos “inocentes” hubiesen querido habrían sido capaces de abrir las puertas y negociar a espaldas del ejército.

- Esto no es algo que te pueda ordenar, y tampoco quiero que et veas forzada a ello.- dijo Mat esbozando una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.- Pero me gustaría que confiases en mí. Y que si es posible, no te comportes de forma tan… Glacial. Al menos conmigo. Ese tipo de trato impersonal me hace sentir francamente incómodo.

Sin apartar su inexpresividad, miró hacia la ventana el cielo que se teñía de naranja.

-Confío en ti. Plenamente. No sé por qué, pero siento como si ya te conociera.

Dirigió su vista a Mat.

-Pero no puedo hacer más que tutearte. Sonreír y ser amigable no está en mi. Jamás encontré motivos suficientes como para adoptar esa clase de actitudes.

Frunció el ceño.

-¿Eso no afectará mi entrenamiento, verdad?

- Bueno, algo es algo.- dijo mientras estallaba en sonoras carcajadas. Una mujer extraña. Interesante más bien.- En ese caso. La confianza será mutua.

- Por supuesto que afectará a tu entrenamiento.- dijo esbozando una sonrisa burlona.- Hará que enseñarte lo que quiera que desees aprender sea un infierno para mí. Pero bueno. En todas las historias el maestro serio y gruñón tiene un estudiante travieso e irresponsable. Otro toque original para las futuras historias sobre mí. El maestro irresponsable y travieso y su seria y gruñona alumna.

- Eso me recuerda algo.- dijo Mat, dándole a su sonrisa un matiz cálido.- Si vas a entrar bajo mis órdenes, necesitaras un apodo. Todo el que es alguien bajo mi mando tiene un apodo. Incluso el palurdo que se cortó un dedo del pie al envainar la espada.

-¿Historias sobre ti? en serio que aspiras alto. Pero si mi presencia colabora en tu absurda ilusión, ayudaré como pueda. Otra cosa, tú aceptaste ser mi maestro, lo infernal que sea el entrenamiento no será mi culpa, sino de ambos, mi seriedad no influirá en ese sentido. Además... ¿quién podría llegar a ser alguien luego de cortarse un dedo envainando una espada?

Mantenía una mirada seria y un tanto asesina. El hecho de que se rían de sus comentarios le molestaba. Cruzó los brazos e intentó aflojar un poco su expresión, mientras su cola de demonio se balanceaba suavemente.

-Siempre y cuando no sea ningún apodo ridículo, te permito elegirlo.

- Quizá a ti no te preocupe pues eres técnicamente inmortal.- dijo Mat con irritación y diversión a partes iguales. ¿Quién demonios le había mandado darle alas a la hora de hablar?- Pero para mi, un ser pequeño y vulnerable al tiempo, la única forma de ser inmortal es grabando mi nombre a fuego en la historia. Y eso es precisamente lo que deseo hacer. Segundo, lo infernal del entrenamiento y el comentario sobre el paleto que se cortó un dedo será tu primera lección. Sentido del humor. No sé que te ha hecho ser tan seria, pero puede que dentro de un par de siglos pienses que al igual que no merece la pena ser amigable, tampoco merece la pena ser fría.

- Al menos… He conseguido sacar algo más que seriedad de ti.- dijo esbozando una sonrisa amistosa. Se levantó y le dio una palmada en el hombro. Solía hacerlo con los soldados.- El apodo lo pensaré. No puedo ponerte un nombre que marcará el resto de tu estancia bajo mi mando solo con una breve conversación.

-Eso al menos me deja un poco más tranquila.

La actitud de Mat realmente la confundía, no sabía como reaccionar ante los comentarios de él. Por lo general, con sólo decir su apellido, Génesis recibía todo el respeto y cuidado que eran apropiados para una dama de la familia real. Pero parecía que a Mat eso lo tenía sin cuidado, y la trataba en cierta forma como a una niña malcriada y con problemas de depresión. Intentó de momento tratar temas que no generaran esa clase de situaciones.

-Por cierto...¿qué hacías por aquí?

- Problemas de jurisdicción.- dijo Mat en un tono ligero, haciendo un gesto despectivo con la mano.- Ya sabes como son estas cosas. Estás en tu ducado, un puñado de capullos queman una aldea, mandas a tus soldados perseguirlos. Entran en otro ducado, se esconden en una aldea. Tus soldados entran y los ajustician. Y claro. Te cargas a un puñado de bandidos, ¿y como te responde el otro ducado? El ejército de Carlomen no tiene derecho a actuar en nuestro ducado. Y aquí me tienes, llevo toda la noche oyendo a un letrado más pálido que un vampiro sermonearme sobre mis más que reiteradas faltas a la diplomacia. Y lo peor es que no puedo atizarle un par de patadas porque sino su pálida majestad se cabreará. Maldita burocracia.- observó fijamente a su interlocutora y finalmente agregó.- Pero bueno, al menos he sacado algo bueno de todo esto.

Lo observaba en silencio, recordando la primera mirada que intercambió con él. Definitivamente no se esperaba a un general ta~n... charlatán. Lo más curioso es que aún mantenía la misma fuerza y vigorosidad noble que la vampiresa había sentido en primera estancia.

-Deberías hablar con más cuidado. Si Nikolai te oye no te tratará con demasiada delicadeza, y por cierto, no olvides que yo también soy vampiro.

Hablaba con el ceño fruncido, haciendo alusión a las palabras: "...llevo toda la noche oyendo a un letrado más pálido que un vampiro..."

- No me oirá.- dijo Mat mientras esbozaba una sonrisa ambigua.- Eso sería muy mala suerte. Y yo nunca la tengo.- el ceño fruncido… Ahora sí que parecía una mujer irritada y no una estatua de piedra como antes Alzó el brazo y señaló la cara de la vampiresa.- ¿Y no eres pálida? Eres como una vela de blanca. Aunque creo que el hombre ese era incluso más blanco…

- ¿Quieres?- preguntó Mat al tiempo que sacaba de su ropa una pequeña petaca cargada de lo que sin duda alguna era una bebida alcohólica. Mat no recordaba si le había metido coñac u oosquai.

Se acercó despacio y tomó el pequeño recipiente. Miró de reojo a Mat.

-¿Con esto te mantienes despierto, general?

Se llevó la petaca a los labios y bebió un sorbo importante. Pero pasados un par de segundos se atragantó, por lo que devolvió la petaca rápidamente a su dueño, mientras no dejaba de toser. Toda la elegancia que había logrado reunir mientras bebía aquel maravilloso sorbo se perdió en menos de lo que canta un gallo. Dejó caer su espalda contra una pared mientras levantaba los brazos intentando detener la tos. Cuando al fin esta se detuvo la vampiresa tenía las mejillas encendidas y los ojos enrojecidos. Apoyada contra la pared, sus manos agarrando firmemente sus rodillas, respiraba con dificultad. Estaba claro que no acostumbraba a beber demasiado.

No pudo evitarlo. Se echó a reír a mandíbula batiente. Se rió con ganas y fuerza. Quizá despertara a todo el castillo con sus carcajadas. No le importaba. Cogió la petaca de la mano de la mujer y echó un trago. Cerró con fuerza los ojos y sacudió un par de veces la cabeza. Oosquai. No era extraño que la pobre mujer se hubiese atragantado. El oosquai quemaba como el infierno. El coñac o el ron eran agüilla comparado con esa bebida. Los nativos que la preparaban decían que era como tragar arena. Te destrozaba la garganta igual. Probablemente la pobre chica acabase ronca durante un par de días, debido a la irritación de garganta. Y estaría diciendo chorradas en un rato. Le tendió la mano a la mujer para ayudarla a levantarse cuando por fin dejó de reírse.

- Con esto podrías despertar a un muerto.- dijo con una maliciosa y burlona sonrisa.- Bueno, ¿Qué te ha parecido el oosquai? Sin duda la joya de la bebida.

Levantó el rostro mientras un lágrima le rodaba por la mejilla. Frunció el ceño a modo de reproche.

-Casi...

Génesis cubrió su boca al instante. Su voz sonaba horrible y le dolía muchísimo articular sonido. Se irguió bruscamente y apartó de un manotazo la mano que Mat le ofrecía. Se apartó a un rincón dándole la espalda al general. Sus mejillas estaban encendidas; la situación era increiblemente absurda y vergonzosa, la vampiresa jamás había sufrido algo como eso, por lo que no estaba segura de qué era lo mejor, asique de momento guardó silencio. Ya encontraría alguna manera de comunicarse con Mat.
Mientras tanto el cuervo revoloteaba por toda la habitación, soltando algún graznido de cuando en cuando.